Solía ser parte del mundo
Encarcelé todos mis recuerdos en los sótanos de la vergüenza, y encadené mis fuerzas para defenderme por miedo al dolor. Transforme mis deseos en sueños bizarros, en pesadillas de suspenso e inagotables palabras para salir de ellos.
Convulsioné tantas veces mis frustraciones de correr y sentir que era libre en algún lado. Libre de pensar, de hablar, de desear, de participar. Agotada solo quería mirar al cielo y entender porque no era parte del mundo, porque no entendía nada y por qué nadie me entendía a mí.
Solo en una ocasión hice parte del mundo, realmente fui parte, pero fue tan efímero como mi paz. En esa ocasión nadie fue disonante, todos realmente me entendían, me pude comunicar y mi conocimiento era valioso. Eran seres maravillosos, todos estaban hipnotizados por la naturaleza, la diversidad, mente infantil, corazones brillantes y oscuros a la vez. Trato y trato de entender porque hice parte del mundo, solo concluyo un momento en otra dimensión, en la fase REM, o en estado de coma. No lo sé.
Distorsioné la felicidad de otros tal vez celosa de no poder ser como ellos, cuarenta años actuando como una adolecente sin medir consecuencias, con la amígdala cerebral atrofiada por la sobre exposición a tu amor y mi estúpida confianza en que hay una divinidad que me va a alejar de lo que me hace daño y que la vida se va a encargar de sacarme de allí.
Todo mi sistema nervioso se enfocaba en descartar los buenos sentimientos, autosabotee mis dolores para convertirlos en microorganismos carroñeros que comenzaron a alimentarse de mi cuerpo. No recuerdo el tiempo en que hacia parte de este mundo y me sentía limpia, sana, cuando mi abdomen era plano y mis piernas fuertes. Degrade con cada neurona muerta de mi cerebro la proyección de las personas que confiaban en mí. Mentí, engañé, traicioné y no pude echar atrás.
Por esto y todo lo que odio de mí, merecí ser parte de este mundo, para mostrar la cara oxidada de la moneda.
Nydia Rivera