Por: Nydia Rivera.
FUNERALIA
Salimos de la mano, descuidando que todo se va grabando en la memoria. Comenzamos y los mensajes de voz se fueron acumulando, los escritos, los videos, los memes, los stikers…, las fotos, los encuentros, los horarios, las caídas, las salidas. Poco a poco los encuentros se fueron volviendo cotidianos, poco a poco fue más difícil despedirnos, vernos a la salida, agendar citas. Así poco a poco fue más difícil salir de su casa, de su cuarto, de su cama. Con cada vez se hacía más fácil inventarnos excusas para estar juntos, los besos, las caricias, el sudor, el flujo, los bellos, el cepillo, el shampoo, la camisa, el celular, el computador, el lápiz, el papel, las medias, los platos, la comida. Cada día una semana, cada semana un mes, cada mes un año.
Cada vez un beso más completo, más estudiado, más rito, cada vez una caricia más conocida, más estudiada, más efectiva, cada día un cuarto, una casa, un baño, una sala más conocida, más estudiada, más fría. Cada semana, cada horario, cada cansancio más conocido, más estudiado, más frío. Los hijos cada vez, cada horario, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo.
Los besos se cargaron, las caricias, los abrazos en humedales se fueron cargando de agua, de sudor, de lágrimas, de hongos, de ranas y renacuajos, de vida que se transformaría en fósiles.
Pero un día, decidimos volver a mirarnos, con las rodillas raspadas, con los dientes picados y el cabello enredado. Arreglamos una vitrina en alguna parte de la memoria, cada uno a su manera, curamos el mejor beso, la mejor caricia, el mejor recuerdo, el mejor abrazo, el mejor deseo, los mejores juegos, y como musealias las curamos como funeralias, donde todo lo aprendido nos hizo tesoros humanos vivos de un territorio muerto.